domingo, 27 de octubre de 2013

Esos seres incomprendidos


- Joder, tío, ayer regresé al pueblo tras tres semanas fuera y el perro se abalanzó desesperado sobre mí nada más verme. Creo que ya me había dado por caído en combate o, al menos, bajo el cautiverio de las aglomeraciones de masas humanas. 

- Pues en mi caso, mi gato se limitó a mirarme con gesto desdeñoso la última vez que me acerqué al pueblo, en sus ojos pude leer unas tibias palabras nada reconfortantes: ¿Has vuelto, o tan sólo has regresado a recoger algo que olvidaste? Y siguió su camino con esos andares presuntuosos que lo caracterizan.

- Nunca he comprendido tu predilección por los gatos, la verdad.

- Los perros, y los animales en general, son de mi agrado, ya sabes que valoro más su presencia que la compañía de mis semejantes. Pero con los gatos mantengo un vínculo espiritual, conecto de un modo trascendente, superior al que pueda percibir con cualquier otro ser que puebla este planeta.

- ¡Necedades! Las virtudes de un cánido son infinitamente superiores a la de esos felinos apáticos y ladinos.

- A los perros tienes que educarlos, sin embargo los gatos pudieran enseñarte más a ti de lo que tú les pudieras aportar a ellos, tenlo por seguro. No es de extrañar que los egipcios los veneraran hasta el punto de que, por aquel entonces, asesinar a un félido pudiera acarrear para su verdugo la pena de muerte. Además, era costumbre colmarles de unos fastuosos funerales.

- Tal vez de ahí radique su petulancia actual. A propósito de su educación, no trato de discutirte el que dispongan de ciertas virtudes ausentes en otros animales, pero no hay mejor antibiótico o remedio contra la soledad, o incluso advenidos esos duros momentos en que has llegado a perder hasta la fe en ti mismo, que la compañía de un leal can. Los gatos, en cambio, son incontrolables, reniegan de todo dios y amo.

- Es por eso por lo que la Iglesia Católica los juzgó como criaturas demoníacas durante la Edad Media y no le temblaba la mano a la hora de conducirlos a la hoguera. ¿Ahora te vas a poner de parte de la cristiandad? El solo hecho de que fueran seres impíos merece todos los elogios por nuestra parte.

- Cierto. No lo decía con una connotación negativa, sino como simple observación jocosa. No tengo reproche contra ningún ser que haya sido tachado de Anticristo por el clero, faltaría más.

- Insisto en la defensa de mi posición. En esas últimas afirmaciones pincelas ligeramente los motivos de mis alabanzas. La fidelidad incondicional de los perros es su debilidad, su devoción injustificada por el género humano lastra su autosuficiencia, convirtiéndose en meros esclavos, por muy noble que parezca su comportamiento. Un perro inspira compasión, la virtud de los depravados; el gato, por el contrario, insinúa algo completamente distinto: envidia, complejo de inferioridad, pecados capitales; nos hacen comprender a bofetón de frialdad y de orgullo racial quién es realmente la clase aristocrática de la creación. Su completa independencia, su psicología inescrutable, su vanidad, su presencia silenciosa, su ausencia de necesidad de socializar salvo para procrear. Descubrieron el secreto de la vida plena mucho antes que nadie: Básicamente consiste en comer, dormir y mantener un estado de vigilia constante sobre lo que consideran su lebensraum. Mientras que durante su estado de celo se ciñen estrictamente a copular hasta sentirse hastiados, procurando hacerlo sin levantar sospechas y sin asumir ningún tipo de responsabilidad sobre sus retoños. Un gato no te pide amablemente que le des su ración de comida, te exhorta a ello. Del mismo modo, si osas en negarle alguna de sus exigencias, te volverá la vista altaneramente y se irá mostrando una indiferencia apabullante. Se pasean orgullosos, con gesto altivo, y se lavan constantemente no por una razón en especial, sino por simple decoro. Un gato se sienta y posa, pero no para captar la atención de sus congéneres o de los humanos, sino para sí mismo; es simple individualismo presuntuoso, pensando algo así como: “Yo soy yo y mis circunstancias, y yo en tu lugar, vulgar ente, mantendría la boca cerrada.”

- El propio Unamuno, probablemente tras regresar a casa consternado tras su agitada trifulca con Millán Astray y buscar asiento mullido en busca de un momento de sosiego, observó a su gato y suspiró con incredulidad: “Mi gato nunca se ríe o lamenta, siempre está razonando.”

- Don Miguel siempre tan perspicaz como de carácter apacible y reposado. En ese instante sí que mostró inevitablemente aquiescencia hacia su impasible compañero, ¿verdad? Anécdotas aparte, el gato se cree domesticado a semejanza del perro, si bien, en realidad se domesticó a sí mismo para así poder disfrutar una vida más sosegada y despreocupada bajo el amparo del hombre. La gente, insensata, disponía de sus servicios para librarse de molestos roedores, les ponía sobre la mesa un contrato indefinido, a jornada completa, ofreciéndole cubrir todas y cada una de sus necesidades a cambio de convertirse en un simple cazador; labor que realizaba, como es natural, gustosamente, por mero placer y diversión. Además, sólo lo hacía si le apetecía, nadie le exigía determinadas cotas de productividad. Su posición dominante en la relación contractual hizo que jamás necesitara siquiera de un sindicato que velara por sus derechos; tirando de refranero español: El verdadero oficio de un gato, matar el rato.

- Y nosotros, entretanto, emitiendo papeletas hacia derechistas y crucificando a los sindicatos sin la menor consideración. Es más, muchos de nuestros congéneres están matando el rato trabajando en este momento en sus respectivos oficios groseros, mientras nosotros estamos aquí intercambiando jovialmente impresiones al acogedor calor de la lumbre. Vamos a compartir más semejanzas con los félidos de las que crees, eh.

- ¡Bendita lumbre al anochecer un día de perpetua borrasca de otoño! Es la expresión probada del
sosiego, de la parquedad. Nada embelesa los sentidos y calma el intelecto como el fulgor de una robusta llama, ama en exclusividad de la luminosidad del lugar. Regresando al asunto aquí tratado, el ser humano es un imbécil por naturaleza, al contrario que estos asombrosos felinos. Como el perro, manifestamos un irreprimible sentimiento de avenencia y fascinación por el avasallamiento y el sufrimiento, convirtiéndolos en parte indispensable de nuestra condición. Referente a la animadversión que sienten nuestros sumisos súbditos hacia ellos, el gato no huye del éste, sino que se burla, se pavonea, haciendo alarde de su velocidad, agilidad y capacidad evasiva superior, atributos a sus ojos superiores a la fuerza bruta. Se aupará a la cúspide de algún muro o árbol y exhibirá un semblante jactancioso mientras el perro corretea por los alrededores presa de un ataque de nervios y emitiendo estridentes ladridos crónicos, dejando en evidencia su estupidez y su eterno derrotismo.

- ¿Fue Abe Simpson quien enemistó a perros y gatos, no? Ja, ja,…

- Se toque el tema que se toque, Los Simpson siempre servirán a modo de analogía; curioso, eh. Siempre fue y será la mejor serie de la historia, no me cabe duda. La Loca de los Gatos es ejemplo palpable de cómo en realidad no eres dueño de un gato, sino que simplemente compartes hogar con él o, peor aún, eres su inquilino. Pero claro, eres tú quien paga las letras hipotecarias, facturas y manutención de ambos, sin recibir, faltaría más, el menor gesto de agradecimiento. Su ronroneo es el termómetro de su satisfacción. Es de índole preceptiva prestarle la atención necesaria a éste, de otro modo, cualquier día podría desaparecer sin previo aviso en busca de mejor vida, dejando como rastro únicamente un sinfín de etéreas pisadas rápidamente disipadas por la brisa matutina.

- Jodidos egoístas fanfarrones.

- Por último y más sustancial, un gato no teme a la muerte, sino que la acepta sin más contemplaciones. No se pregunta el porqué de su existencia ni busca un más allá tras ella. Tampoco concibe sentimientos de culpa o remordimiento, sino que se enorgullece de cada uno de sus actos. Cuando sabe llegada su hora, se retira delicadamente al ostracismo proclamando entre insondables susurros: “Ha llegado mi momento de partir, este mundo y sus habitantes han llegado a aburrirme en exceso. Ahí os quedáis, pobres desgraciados, afanándoos en postergar inútilmente vuestra existencia hasta la saciedad cual viejos avaros, poniendo final a la ingrata mortalidad tras años de aflictivos dolores y movilidad reducida y, más deshonroso aún, bajo el yugo de una idea abstracta e irreal. Yo, fácil vine, fácil me voy.”

- No te falta razón, de veras. No sé si hablas convencido o en clave de humor, pero igualmente deberías convertir esta conversación en monólogo. No obstante, aun con tu persuasivo discurso, me quedo con mi leal Judas y con el cuarteto de Liverpool.

«Es bueno tener un montón de gatos alrededor. Si uno se siente mal, mira a los gatos y se siente mejor, porque ellos saben que las cosas son como son. No hay por qué entusiasmarse, y ellos lo saben. Por eso son salvadores. Cuantos más gatos uno tenga, más tiempo vivirá. Si tienes cien gatos, vivirás diez veces más que si tienes diez. Algún día esto será descubierto: la gente tendrá mil gatos y vivirá para siempre.»  Charles Bukowski




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