¿Qué se puede esperar de una especie en la cual la fortaleza
se encuentra subyugada a la debilidad y el instinto natural es anulado? El culmen de la decadencia. La oscuridad eterna. Una espiral
de frustración sin fin. Una existencia banal. El mayor de los sinsentidos.
Asumamos una sentencia de culpabilidad. Redimamos
nuestros pecados. Destruyamos toda moral y valores. Nihilismo activo. Voluntad
de poder. Dios debe morir, no asesinado en la penumbra, sino en la claridad del
día más luminoso como rey de reyes que es, donde todo hombre, mujer y niño
presencie pletórico de júbilo la liberación de sus cadenas. Abandonemos los valles y subamos a las
montañas. Impongamos una severa disciplina sobre cuerpo y mente. Crucemos el
abismo sin temor a lo desconocido y enterremos nuestro pasado en las profundidades del mar, pues ahora el futuro nos pertenece. Eduquemos a nuestros niños, que observen inquietos las cenizas humeantes
del ave Fénix y presencien abrumados el renacer de la raza humana. Una nueva generación de hombres, heredera de la sangre de las valkirias y de los mirmidones, descendiente de Aquiles y Brunilda.
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