martes, 18 de junio de 2013

Caesaraugusta

Día típicamente soleado de junio en la capital aragonesa. El Ebro cruza, animado por el deshielo, bajo el puente de La Almozara y bordea cauteloso la Basílica del Pilar, para seguidamente continuar incansable su curso con rumbo firme puliendo las rocas que se van interponiendo en su camino. En Fontibre tomó la meditada decisión de morir en tierras catalanas, convencido de poner fin a su agonía mezclando sus dulces aguas con las del Mediterráneo en el hogar de la desatada voz catalana de mayor poderío y registro vocal, poseído por el atrayente hechizo del aún resonante eco emanado de sus explosiones sonoras.

Desciendo del autobús que ha recorrido transversalmente el norte del país hasta alcanzar la ciudad de Octavio Augusto y me detengo por un instante a respirar el aire turbado del andén, contaminado por los tubos de escape del incesante trasiego de autobuses que arriban y toman salida hacia los distintos puntos geográficos de la península. Unos minutos más tarde, una vez situado en el exterior de la estación, me sitúo bajo el tórrido sol que acompaña al estío maño para respirar, tras innumerables horas de soporífero trayecto, la afectuosa brisa saneada en el río que tanto me urgía inspirar. Mujer, muchacha y mujerzuela maña pasean entremezclando sus definidas siluetas por las concurridas avenidas zaragozanas, destapando sus lujuriosos encantos femeninos y procurando un incontrolable estado de celo sobre el macho cabrío, incapaz de contener sus instintos más pecaminosos una vez transcurrido el manto apático al que nos apega la temporada invernal. Los alérgicos a las gramíneas nos refugiamos en nuestro aislamiento primaveral en extenuante espera de que la noche de San Juan ponga fin a la tormenta histamínica que tan incómodo ha hecho nuestro día a día durante los últimos dos meses; junio es el mes más cruel. El cierzo, azuzado en las cumbres pirenaicas, desciende hacia los valles removiendo violentamente el omnipresente polen en su incontrolable vaivén, e imposibilita que sus sufridos simpatizantes podamos llevar a cabo nuestros quehaceres diarios con la naturalidad y desenvoltura habituales.

Sus más ilustres ciudadanos son rememorados a través de la cesión de sus nombres a algunas de las calles y edificios públicos, confundidos entre los vestigios de las denominaciones arábigas soportadoras de la implacable cristianización llevada a cabo durante baja edad media. Ya nadie recuerda cómo el general Palafox declaró, montado en cólera, feudo inexpugnable la plaza zaragozana, al mismo tiempo que Agustina de Aragón se ataviaba, hoz y horca en mano, con raídos harapos guerreros listos para ser impregnados de borboteante sangre invasora; el general corso pagó caro ordenar el sitio de la ciudad en su rápido avance por la península. Lamentablemente, tampoco permanece en la memoria del ciudadano maño cómo Servet traicionaba una existencia dedicada a Dios y decidía entregar su vida en favor de la causa científica. La música de Héroes del Silencio, el cine de Buñuel y las pinturas de Goya ya forman parte únicamente de la hemeroteca y de los tibios museos repletos de guiris. En lugar de cultivar nuestra memoria histórica, convertimos al Gran Capitán en un vulgar anunciante de quesos, perturbando su descanso y provocando que sus polvorientos huesos martilleen estruendosamente desde ultratumba.

Sin olvidar, por otra parte, que como cualquier gran ciudad española, la urbe aragonesa cayó presa del despilfarro y de la mala praxis política durante los años del milagro económico español, del cual no se hubieran librado ni las ignífugas arenas de Los Monegros de haber continuado esa tendencia especuladora. La bonanza económica del pasado reciente se manifiesta abiertamente y sin complejos con ese costoso e ineficiente tren de ejecutivos que hace tímida pausa aquí, a medio camino entre la rivalidad patológica de las dos grandes capitales españolas. Tampoco es necesario rebuscar en recónditos rincones para toparnos con los restos de la fallida Expo; algunos lugareños no dudan en señalar, con gran convencimiento, que pasear por ese páramo hormigonado es calidad de vida. En contraposición al lado norte del Ebro, los estragos del tiempo hacen mella en la arquitectura de su casco histórico y alrededores, su belicosa historia queda patente ya en el mismo templo mariano, con las defectuosas bombas republicanas que irrumpieron por sus cúpulas para asentarse inertes en su interior. Zaragoza: ciudad vieja y ciudad nueva por igual. Mi rápida visita a la metrópoli aragonesa no ha sido en balde. Después de devorar, como buen alistano enamorado de la carne, un suculento ternasco de Aragón sobradamente sazonado, hago uso de nuevo del transporte público para poner rumbo de nuevo a tierras zamoranas y poner punto final a una fugaz mirada del ambiente e historia zaragozana. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...