Si puede ser escrito o pensado, puede ser filmado, afirmó Stanley Kubrick. El cine me hizo una oferta que no pude rechazar. Me hizo
cuestionarme el porqué de lo agradable del olor a napalm por la mañana. Fue
capaz de demostrarme empíricamente la existencia de la belleza absoluta al contemplar
a Diane Lane en La ley de la calle.
Consiguió emocionarme tras visualizar
conmovido Sentido y Sensibilidad con una Emma Thompson haciendo la
interpretación de su vida o dejarme admirado la pasión amorosa surgida entre
Daniel Day-Lewis y Madeleine Stowe en medio de un ambiente bélico que significó
el fin de los mohicanos. Sin olvidar a Orson Welles, siendo un buen detective,
pero un pésimo policía, grabando en mi memoria uno de los mejores finales nunca
vistos mientras se desvanecía sigiloso en las aguas del río de una ciudad cuyo
nombre no quiso acordarse. ¡Y qué decir de Sergio Leone! La pureza de su cine
habla por sí sola. Épica, romance, comedia, drama,… Una fábrica de sueños, capaz
de extraer de nuestro interior nuestros más profundos sentimientos y emociones.
Durante dos horas es capaz de abstraerte de la cruda realidad. Al igual que
sucede con la música, siempre hay una película adecuada para cada ocasión, no
importa si los pensamientos sombríos te inundan, si irradias alegría o si estás
desencantado con el mundo, ahí está el cine para despegarte de esa
insensibilidad. ¡Ya no se hace cine como el de antaño! Todo tiempo pasado fue
mejor. Ya no disfrutaremos de Clark Gable espetándole a Vivien Leigh ese memorable
“Frankly, dear, I don´t give a damn” o
de Robert de Niro con su célebre "You talkin´ to me?”.Ahora debemos consolarnos con los últimos coletazos de las viejas
glorias, con permiso de Tarantino, los hermanos Coen, Nolan y algún otro, los
últimos restos de un linaje en vías de extinción.
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