No es necesario disponer de buen
tacto musical para tomar conciencia de que el panorama musical español deja
mucho, demasiado, que desear, o, hablando en cristiano, no es más que un montón
de pestilente estiércol amontonado durante años. El problema no es que carezca
de hedor, sino que la juventud de hoy nació sin el preciado sentido del olfato.
La lista es interminable, tan larga como una cola formada por sus fans:
Melendi, El Canto del Loco, El Sueño de Morfeo, Pereza, Maldita Nerea,…¡Joder! Hasta mi gato ronronea escuchando Metallica; si alguien conoce juez más
independiente que un gato para dictaminar juicio que no dude en hacérmelo
saber. Por no hablar de todo el ruido insalubre que genera la música
electrónica en los bares y discotecas, y de los ritmos simples y repetitivos
importados de Latinoamérica. Parándome a recapacitar por unos segundos sobre
cuál ha podido ser la causa de esta patente degeneración musical, llego a una
conclusión que, recostado de madrugada sobre mi almohada, llevaba largo tiempo
divagando: el mundo tiende inexorablemente hacia la simplicidad más absoluta y
degradante.
Oh Sancta Simplicitas!
Cuán absurdo y esperpéntico se vuelve el mundo en el momento en que la
simplicidad se adueña de las sociedades vanidosas, y cuán bárbaro se torna el
discurso de aquéllos que estamos libres de ella. Durante un largo tiempo, una displicente
curiosidad me instigaba en pos de averiguar el porqué de este imparable
retroceso cultural, dado lo irracional que se mostraba en primera instancia. El
mundo desarrollado, tal como lo conocemos, está diseñado para crear
imbéciles-ignorantes, pues es necesario venderles mierda para que la economía
de consumo funcione con la mayor eficiencia posible. Ocurre en todos los
ámbitos, y en el musical no iba a ser menos. Revertir esta situación se antoja
más difícil que toparse con un poeta irlandés adicto al más que resistible
dulce néctar de la sobriedad, ¿verdad, Joyce? Se ha dicho siempre que comer sin
tener hambre es de necesitados; beber sin tener sed, de alcohólicos; follar sin
pagar, de pobres y escuchar música sin conocimientos, de idiotas. Tropezar dos
veces con la misma piedra es el único axioma auténticamente humano. La cultura
se asemeja a la economía en que para atrás se desploma con la velocidad de un
felino de la estepa africana, mientras que para ponerla de nuevo en marcha es necesario retirar los escombros acumulados, trabajo arduo llevado a
cabo con la parsimonia propia de un proceso judicial en democracia.
Una desconcertante idea moderna es
el concepto de moda. Resulta inverosímil que se haya podido introducir este
concepto en el mundo de la música. Música desechable, de usar y tirar,
prediseñada, al igual que ocurre con la tecnología, con obsolescencia
programada para que los pazguatos modernos se regocijen en su estupidez. Pero,
claro, luego nos damos de bruces con la emisoras radiofónicas musicales, las
cuales se han encargado de esparcir toda esta basura entre una juventud carente
de educación musical y de multiplicar el daño hasta hacerlo incorregible. ¡Qué
fácil es manejar al vulgo y qué sencillo es derivar su mentalidad básica hacia
donde exija un mundo de simplicidad!
Qué dirán ahora los ídolos del
pasado, qué pasará por sus cabezas habiendo sido espectadores en primera fila
de la decadencia del sentir musical. Qué malévolos pensamientos atormentarán a
Richard Ashcroft, a Mark Knopler o a Bob Dylan tras ver convertido el noble
arte de la música en mera vulgaridad y mezquindad. Qué certeras e insultantes
palabras nos dedicarían los ya fallecidos Jim Morrison, John Lennon o Janis
Joplin de haber contemplado con ojos incrédulos cómo sus esfuerzos fueron en
vano. Ellos sí que supieron plasmar la idea de Aldous Huxley de que “después
del silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable es la música”. Estos
genios revolucionaron la música durante la última media centuria porque se
atrevieron a ser completamente originales, se arriesgaban con letras, con
ritmos, con todo lo que se antojase merecedor de renovación e innovación. Se
trataba de poner vida y alma en tu empeño; o morir en el intento o en la cima
de tu esplendor, tal y como marca la tradición del rock and roll. Mientras, por otro lado, los pocos que
nos llegaron a lanzar pequeños halos de esperanza terminaron por venderse al
fraude en que se ha convertido el rock and roll. En palabras de Noel Gallagher:
"Jack White acaba de hacer una canción para Coca-Cola. Fin de la historia.
Deja de estar en el club. Se parece a El Zorro enganchado a los donuts. Se
suponía que él iba a ser el estandarte de una manera de pensar alternativa. A
mí no me la pega, están jodidamente equivocados. Particularmente Coca-Cola, es
como hacer un puto concierto para McDonald's."
Nada me ha atormentado tanto durante
mis agitados años de juventud como la idea de haber nacido en una época que
parece caminar sonámbula por el sendero del conformismo y erigir sus monumentos
de gloria únicamente a patentes mediocridades. Juventud y conformismo; agua y
aceite en otros tiempos mejores, el pan de cada día en nuestros días. Y es que
aunque te importe una mierda el rock and roll, El Lago de los Cisnes de
Tchaicovsky o los blues de Ray Charles, lo realmente relevante es mostrarse
siempre en estado de alerta ante la sociedad y esculpir una mentalidad de
hombre de acción tal y como fue, por ejemplo, el caso de Johnny Rotten: “no me
gusta el rock and roll, tan sólo quería cagarme en todo”.
Se trata de una crítica subversiva
con el fin último de revitalizar el mundo de la música. La industria musical
realiza pinchazos en el brazo de la juventud hasta encontrar la vena por la que
introducirá el veneno, o el antibiótico –que es lo que yo quiero-, que desee el
paciente necesitado de notas o acordes musicales. “La vida sin música sería un
error”, dijo Nietzsche desde la soledad que voluntariamente buscan los
espíritus libres; y es que nada más cercano a la realidad, la vida necesita de
una banda sonora que anime y empuje la existencia en su aparente sinsentido.
Claro que lo que se nos inyecta ahora, un sucedáneo barato para una sociedad
que nada aprecia más que la mediocridad, se confunde de forma ininteligible con
un pasado que siempre fue mejor. Aún quedamos jóvenes capaces de apreciar y
discernir el grano de la paja; somos pocos, pero los suficientes. Al resto les
dejamos viviendo en la felicidad inherente a la ignorancia, mientras nosotros,
espíritus que nos elevamos entre la mediocridad, permanecemos ajenos en la
nostalgia de lo auténtico. ¡Malditos ignorantes, habéis acabado con todo!
No es personal, es sólo cultura.
El negocio, amigo, el negocio...
ResponderEliminarPor cierto, ¿como demonios puede un grupo llamarse "pereza"?, ¡si me aburro solo de pensarlo!.
¡¡Larga vida al rock'n roll!!