viernes, 1 de febrero de 2013

Lágrimas en la lluvia



Escribe, escribe, que algo quedará después de hallarte sepultado por húmeda tierra o acompañando de acá para allá al viento, en su viaje por inhóspitas tierras que jamás conociste en vida. Aquellos que desprecian la eternidad dirán confiados: ¡Oh infatigable muerte, eres mi sombra aun en la más lóbrega cueva! ¡Yo te espero en ausencia de angustia, pues nada aviva mi existencia y nada espero conseguir de ti! ¡Qué importa si vienes a mí a través del filo de la espada de algún guerrero desconocido o a causa del lento desgaste del tiempo! Vacías aspiraciones las suyas.
Todo es más bello debido a que hay un final, y aún más para los que buscamos con devoción ese final de una forma temprana, inesperada y trágica. Pero, en lugar de regirnos por esta máxima, no percibimos las maravillas que nos rodean, a pesar de que en lo que dura un parpadeo podríamos perderlas, y no apreciamos la vida aun conociendo con certeza su  desenlace.
La muerte concedió a Aquiles la eternidad en la gloria de la guerra, quiso pervivir en el tiempo a través del recuerdo, pues sabía que la búsqueda de lo intangible es la mayor aspiración del hombre. Esos eran otros tiempos más nobles que ya no se nos ofrecen al hombre moderno. A los que se nos ha impuesto existir hasta la saciedad para poder lograr nuestro más ansiado deseo, y no disponemos de virtuosismo musical, sólo nos queda la escritura como medio de que perdure quiénes éramos más allá de nuestros vástagos. Mejor o peor, eso carece de importancia, pues no todos nacemos con vocación de poeta.

Seamos un eco en la eternidad.


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