Escribe, escribe, que algo quedará después de hallarte
sepultado por húmeda tierra o acompañando de acá para allá al viento, en su
viaje por inhóspitas tierras que jamás conociste en vida. Aquellos que
desprecian la eternidad dirán confiados: ¡Oh infatigable muerte, eres mi sombra
aun en la más lóbrega cueva! ¡Yo te espero en ausencia de angustia, pues nada
aviva mi existencia y nada espero conseguir de ti! ¡Qué importa si vienes a mí
a través del filo de la espada de algún guerrero desconocido o a causa del
lento desgaste del tiempo! Vacías aspiraciones las suyas.
Todo es más bello debido a que hay un final, y aún más para
los que buscamos con devoción ese final de una forma temprana, inesperada y
trágica. Pero, en lugar de regirnos por esta máxima, no percibimos las
maravillas que nos rodean, a pesar de que en lo que dura un parpadeo podríamos
perderlas, y no apreciamos la vida aun conociendo con certeza su desenlace.
La muerte concedió a Aquiles la eternidad en la gloria de la
guerra, quiso pervivir en el tiempo a través del recuerdo, pues sabía que la
búsqueda de lo intangible es la mayor aspiración del hombre. Esos eran otros
tiempos más nobles que ya no se nos ofrecen al hombre moderno. A los que se nos
ha impuesto existir hasta la saciedad para poder lograr nuestro más ansiado
deseo, y no disponemos de virtuosismo musical, sólo nos queda la escritura como
medio de que perdure quiénes éramos más allá de nuestros vástagos. Mejor o
peor, eso carece de importancia, pues no todos nacemos con vocación de poeta.
Seamos un eco en la eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario