lunes, 31 de marzo de 2014

La nueva educación: la Universidad

   Este ensayo, como todos los que le anteceden en su estilo, tiene por único propósito esbozar las líneas generales de actuación en relación al asunto que atañe y su pétreo análisis desde mi óptica retrospectiva. Aún no me siento con fuerzas ni capacidad para describir sesudamente cuestiones tan extensas y complejas. Tampoco me complacería acabar por sufrir desencanto con mi esfuerzo, tal como le terminó por sobrevenir a Rousseau, si se me permite el cotejo con alguien de su talla intelectual.        

martes, 21 de enero de 2014

Las redes sociales, aberración mayúscula de nuestro tiempo



Las redes sociales, como criadero del ego vacuo en un nido perenne de ignorancia, se desvelaron ya desde sus albores como la muestra palpable más grotesca de decadencia humana. Aunque este agujero negro, engullidor insaciable de todo lo que es saludable y elevado para el espíritu, se proyectó con objeto de proporcionar a la más tierna juventud en celo un rincón personal en el que exhibir sin el menor pudor sus externalidades y ocultar sus carestías, de modo absolutamente sorpresivo acabó por extenderse, cual mantequilla en pan caldeado, sobre todo individuo, sin consideración de edad, status o burda inclinación política dentro de su socorrida democracia. Reseñable es que el neoliberalismo democrático encaja como anillo en dedo enjabonado en esta nueva raza de subproductos humanos. Esta juventud, que en estos momentos clama al cielo por un futuro laboral que el cainismo neoliberal les susurró y perjuró ya en la misma incubadora de la vida, se indigna –qué palabra tan fea- y lloriquea en su actual condición de plañidera becaria. No obstante, el caso que aquí atañe es el de las recientes vetustas incorporaciones: Facebook, ese juvenil invento para viejos.

domingo, 27 de octubre de 2013

Esos seres incomprendidos


- Joder, tío, ayer regresé al pueblo tras tres semanas fuera y el perro se abalanzó desesperado sobre mí nada más verme. Creo que ya me había dado por caído en combate o, al menos, bajo el cautiverio de las aglomeraciones de masas humanas. 

- Pues en mi caso, mi gato se limitó a mirarme con gesto desdeñoso la última vez que me acerqué al pueblo, en sus ojos pude leer unas tibias palabras nada reconfortantes: ¿Has vuelto, o tan sólo has regresado a recoger algo que olvidaste? Y siguió su camino con esos andares presuntuosos que lo caracterizan.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Reminiscencias de la Segunda Guerra Mundial: El Bulldog británico y el Zorro del Desierto. La voluntad de acción de las águilas

«(…) Y cuando el General Foch escuchó que se había firmado el tratado de Versalles, dijo con singular justeza: “Esto no es una paz, es un armisticio de 20 años” (…)»[1]

Madrugada del verano de 1942 en la capital británica. Un hombre de férrea voluntad se desplaza torpemente de un lado a otro tras el humo de un acaparador puro que inunda su despacho subterráneo de Downing Street. Su rostro decaído y su gesto turbado denotan numerosas e intensas noches de desvelo, provocadas por una guerra que en estos momentos presagia un futuro nada halagüeño para la supervivencia del Imperio Británico. Los miembros de su Alto Mando presentes en la sala, en expectante tensión ante la indecisión y el desconsuelo que parece dejar entrever el Primer Ministro, se observan los unos a los otros con cara cariacontecida en vilo de que este hombre, encarnación del valor y resistencia a ultranza británicas, acierte a mostrar su habitual determinación en asuntos de vital transcendencia. Tras unos tensos segundos de vagar ligeramente encorvado, con semblante pálido y largos suspiros, logra esbozar unas tibias palabras apenas perceptibles para los inquietos asistentes a la reunión: “Hay que derrotar a Rommel. Debemos concentrar nuestros mayores esfuerzos en este empeño. Es lo único que importa ahora”. Había nacido la leyenda del Zorro del Desierto.

«Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra, elegisteis el deshonor y tendréis la guerra.» W. Churchill dirigiéndose hacia su antecesor, Chamberlain, el cual se inclinó por una insensata política de apaciguamiento con Alemania.


Pero no adelantemos acontecimientos. Conviene refrescar en primer lugar los sucesos que llevaron a convergir sobre este punto crucial para el cambio de signo de la guerra, aquel momento en el que Inglaterra fue el último y solitario bastión frente al imparable avance del III Reich.
Londres, otoño de 1940: La metrópoli imperial se había convertido desde el pasado verano en un mar de fuego y escombros, aturdidoras e intermitentes explosiones hacían retumbar los muros de los resquebrajados edificios que aún se sostenían sobre sus cimientos, levantando densas columnas de humo y polvo que se perdían más allá en el horizonte de lo que alcanza la vista. La ciudadanía londinense, aterrorizada y hambrienta, mantenía impertérrita la confianza en su gobierno desde el amparo que proporcionaban las concurridas bocas de metro, que servían ahora como inexpugnables galerías subterráneas ante el despiadado belicismo alemán. Eran las ciudades industriales del norte las encargadas de mantener la industria armamentística a pleno rendimiento tras el desastre de Dunkerke y el inicio de la Batalla de Inglaterra. La superioridad numérica de la Luftwaffe hacía estragos a su cruce del canal, a pesar del limitado radio de acción de sus cazas y de la indómita capacidad de resistencia y coraje que estaban mostrando los escuadrones de Spitfire y Hurricane de Su Majestad. La precisión del innovador bombardeo en picado de los Stukas, escoltados en todo momento por numerosos cazas Messerschmitt Bf 109, habían paralizado por completo el sur de Inglaterra; mientras que sus atronadoras sirenas, ideadas con el fin de infundir terror psicológico, causaban el pánico y destruían la débil moral de la población civil. Goering, tras la osada incursión en septiembre de la aviación británica en Berlín y haciendo uso de la retórica arrogante que le caracteriza, declinaría los bombardeos dirigidos a objetivos puramente militares en favor de los civiles. Este cambio de estrategia se manifestaría claramente desacertado a medio plazo y aliviaría la asfixia sufrida por los anglosajones durante agosto. Sin embargo, el curso de la guerra seguía mostrándose decididamente favorable para el Eje. Inglaterra resistía sola.

«Hitler sabe que ha de destruirnos aquí, en nuestra isla, o perderá la guerra.» W. Churchill


El Canal de la Mancha, custodiado por la Royal Navy, proporcionaba a Inglaterra una firme barrera defensiva natural, la cual mantuvo a españoles y franceses lejos de sus costas acaecido el momento histórico. Por entonces. La brillantez táctica y el frío sentido estratégico de Manstein, Keitel y Jodl continuaban pincelando los últimos detalles de la operación León Marino, en espera de lograr borrar de los cielos a la RAF. El control sobre los cielos del Canal otorgaría a la Kriegsmarine y a la Wehrmacht la cobertura necesaria ante el acoso por parte de la intocable Royal Navy, hostigamiento que previsiblemente sufrirían durante la operación anfibia de desembarco al sur de la isla. El intento de Hitler de flotar una Armada que pudiera competir con la británica por el dominio de los mares se vio pronto truncado tras el acorralamiento y final voladura del acorazado de bolsillo Graf Spee en el puerto de Montevideo. Más adelante, un año y medio después concretamente, la Kriegsmarine recibiría el golpe de gracia con la espectacular caza decretada por Churchill al Bismark. Fue movilizada toda la Royal Navy en este empeño y, tras una batalla para el deleite de los espectadores que la contemplamos desde los libros de historia, el gemelo del Graf Spee sería finalmente hundido en las frías aguas del atlántico, no sin antes dejar seriamente tocada la flota británica. Ambos navíos se cubrieron de gloria poniendo en jaque y convirtiéndose en una delirante pesadilla para la poderosa marina imperial británica; si bien, finalizados ambos episodios, la marina alemana quedaría reducida prácticamente a la nada, lo cual causaría una profunda decepción en Hitler que siempre arrastraría. Asimismo, la Kriegsmarine no supo predecir el reinado del portaviones en las guerras futuras, optando por la flotadura de portentosos acorazados en una nación con un posicionamiento geográfico dificultoso en extremo para el dominio de los mares. El invento del radar y el descifrado de la máquina Enigma habían otorgado a los anglosajones una ventaja que se desvelaría decisiva una vez finalizada la contienda. Tan desconocidas ventajas, sumadas a la manifiesta incapacidad de la Luftwaffe, obligarían a Hitler a guardar indefinidamente en algún polvoriento cajón de La Guarida del Lobo su ambicioso proyecto de invasión de la isla y a cambiar de planes, delegando en Doenitz la responsabilidad de obligar a Churchill a suplicar la rendición incondicional.  


Polonia, Noruega, Holanda, Bélgica, Dinamarca y Francia habían sido apabulladas, humilladas en tan sólo unos meses por la fiereza de la Blitzkrieg. El pacto Molotov-Ribbentrop continuaba suministrando jugosos recursos petrolíferos y cerealísticos a Alemania, a la vez que permitía a la Unión Soviética ganar un precioso tiempo para reorganizar, rearmar y modernizar sus anticuados ejércitos, carentes de mando tras las recientes purgas sumarias llevadas a cabo ante las sospechas de conspiración infundidas en la susceptible mente de Stalin. Churchill era consciente de que el pacto de no agresión acordado entre soviéticos y alemanes no se alargaría mucho más en el tiempo. Todo era cuestión de resistir a ultranza hasta que el antagonismo ideológico entre ambos estallara definitivamente, provocando un choque de dimensiones nunca vistas en la historia bélica de la humanidad. Entretanto, hasta poder verificar si ese presagio se hacía realidad o se prolongaba tanto en el tiempo que acababa por forzar el sometimiento de los ingleses, la situación era desoladora para Gran Bretaña: el armisticio, tantas veces ofrecido ya por Hitler, parecía la opción más sensata.

«Lo difícil de entender a los rusos es que no nos damos cuenta del hecho de que ellos no son europeos, sino asiáticos, y por ello piensan de otra manera. No podemos entender a un ruso más que a un chino o a un japonés, y por lo que he visto de ellos, no tengo ningún interés en entenderlos, excepto conocer cuánto plomo o hierro se necesita para matarlos. Y en adición a sus características asiáticas, los rusos no tienen afecto por la vida humana y son todos unos hijos de perra bastardos y borrachos crónicos (…) Los aliados lucharon contra el enemigo equivocado.» Certeras palabras que George S. Patton brindó a los soviéticos y que podrían servir como indicio revelador de la irresoluble y misteriosa causa de su muerte.



Los EE.UU mantenían una firme e inamovible posición no intervencionista, aunque Roosevelt no ocultaba su simpatía hacia sus aliados naturales. El Primer Ministro instaba una y otra vez a su equivalente norteamericano a la intervención, pareciendo olvidar que sólo el Congreso tiene legitimidad para aprobar una declaración formal de guerra y que la neutralidad proporcionaba a éstos un importante mercado con las naciones beligerantes. “Los problemas europeos no son de nuestra incumbencia” era la consigna apropiada para definir el pensamiento del ciudadano americano con respecto a la guerra en Europa. Sin olvidar tampoco la simpatía que mostraban influyentes personajes americanos hacia el Führer, tal y como era el caso del exitoso industrial Henry Ford: antisemita declarado y ferviente nacionalsocialista incluso desde que el movimiento no era más que un germen nacido de la depresión originada por la caída del II Reich. No sería hasta que el propio Hitler plantara la declaración formal de guerra sobre la mesa del despacho oval de la Casa Blanca cuando EEUU entrara de lleno en ambos frentes de la contienda. Hitler, sobreestimando a sus aliados del sol naciente tras el golpe "sorpresa" asestado en Pearl Harbor e infravalorando el inexplotado potencial bélico norteamericano, no dudó ni un solo segundo en crearse un nuevo fatal enemigo, harto del apoyo en la sombra que Roosevelt prestaba a Inglaterra. Éste supondría el segundo error capital que llevaría a Hitler a perder la guerra, tras permitir la evacuación del grueso de la fuerza expedicionaria británica y de los restos maltrechos del ejército francés en Dunkerke. La opinión pública y el Congreso seguían oponiéndose firmemente a entrar en guerra con Alemania, siendo partidarios únicamente de vengar el día de la infamia. El odio visceral que se había engendrado hacia Japón  en la mente del ciudadano norteamericano hacía que viviera de espaldas a lo que acontecía en Europa y que sólo tuviera puesto su punto de mira en el frente del pacífico, además, la lucha en dos frentes es algo siempre imprudente y arriesgado, tal y como en dos ocasiones probó fallidamente Alemania. Más aún en un momento de la guerra en que el Eje continuaba llevando la iniciativa y mostrándose imbatible en todos los frentes. 

«Después de que los Estados Unidos engulleran California y la mitad de México y nosotros fuéramos reducidos a la nada, la expansión territorial de repente se convierte en un crimen. Ha ocurrido durante siglos y continuará ocurriendo.» H. Goering ante los jueces de Nuremberg

A pesar de haber eliminado la sombra de una invasión, la situación seguía siendo extremadamente complicada para la Commonwealth. La superficie marina era el único campo de batalla sobre el que los británicos imponían su ley, pues las manadas de lobos de Doenitz estaban en su momento álgido, estrangulando el tráfico comercial marítimo y haciendo inminente el colapso económico de la isla. Fuera de ella, las colonias de ultramar peligraban irremediablemente ante el implacable acoso nipón en Asia, y, posteriormente, el italogermánico en el norte de África. El Duce llegaría incluso a soñar con pasearse a lomos de un esbelto caballo blanco por las tórridas y arenosas calles de Alejandría; sus suspiros imperiales, evocadores del la grandiosidad del antiguo Imperio Romano, derivaban en unos delirios de grandeza infinitamente superiores a la limitada capacidad bélica de Italia. No está de más recordar aquí unas palabras que Churchill dedicó a éstos: “Los italianos pierden las guerras como si fueran partidos de fútbol y los partidos de fútbol como si se trataran de guerras”. El Pacto de Acero no resultó ser más que una denominación grandilocuente del acuerdo que alcanzaron las naciones fascistas, del cual los perjuicios que repercutieron en Alemania fueron superiores a los beneficios reportados.

Una vez narrados los hechos ajenos y contiguos en el tiempo al mariscal Rommel, trataré de dar continuidad al relato principal.
Los días más duros para Inglaterra han llegado a su fin, salvo por un detalle: Rommel. El general germano comienza a labrar su fama dirigiendo a la VII División Panzer por las Ardenas belgas y el nordeste de Francia, actuando siempre de punta de lanza de la ofensiva alemana. Junto al otro teórico que se atrevió a llevar a la práctica la Guerra Relámpago, Heinz Guderian, -aunque la idea es originaria de Inglaterra, pero fue desechada y tratada de poco factible- toman la iniciativa de los ejércitos teutones en su conquista del oeste de Europa logrando, en tan sólo unas pocas semanas, la toma de París y la capitulación de Francia. De hecho, el avance se produce a tal velocidad -medias de 75km diarios- que mucha población gala llega a confundir a las tropas germanas con las inglesas, tal y como testimonió el propio Rommel en sus memorias. También dejó constancia de su sorpresa por la fácil victoria y la débil resistencia llevada a cabo por la población civil. Un factor a considerar sobre este hecho es el desencanto que posiblemente creara la III República entre una parte considerable de la ciudadanía francesa en un momento en que el fantasma del comunismo acechaba el oeste europeo. El Alto Mando alemán vuelve a optar por repetir el Plan Schlieffen para incredulidad, imprevisión o incapacidad de la república francesa, dejando la Línea Maginot completamente inservible, como majestuoso monumento a la larga enemistad germano-francesa. Quizá sea más correcto señalar que, más sorpresa que la elección del frente de ofensiva, resultó la innovadora guerra móvil y concentrada planteada por Alemania frente a la anticuada guerra posicional y estática a la que estaban anclados franceses y británicos. La revancha germana por la derrota en la Gran Guerra y por la sucesiva humillación a la que ignominiosamente fue sometida en Versalles ha entrañado un éxito rotundo. Hitler está fuera de sí: “Inglaterra no tardará en suplicar el armisticio”, exclama pletórico de victoria. Una vez ordenado el traslado a Berlín del vagón testigo de la firma de la capitulación francesa y acordada la formación del nuevo régimen colaboracionista de Vichy al frente del anciano y héroe de la Gran Guerra mariscal Petain, Hitler se permite el lujo de una rápida y fructífera visita a su admirada París. Concluida la misma, declara a su arquitecto personal, Albert Speer: “Cuando haya completado mi proyecto de Berlín, París no será más que una sombra”. 

«Hitler es un dictador de segunda en un país de primera, mientras que yo soy un dictador de primera en un país de segunda.» B. Mussolini


Durante la segunda mitad de 1940 y principios de 1941, el ejército italiano de Graziani ha sido paulatinamente borrado del mapa africano frente a un enemigo numéricamente muy inferior; si bien, mecanizado, mejor armado y con mayor capacidad de movilidad y suministro. Al momento de la llegada de Rommel a Trípoli, el ejército italiano ha dejado parcialmente de existir; el número de prisioneros asciende a 130.000, descontando muertos y heridos. El Führer, ante la evidente incapacidad de sus aliados en Libia, ordena la creación de una fuerza expedicionaria en socorro del Duce. Ha llegado la hora del Afrika Korps, la oportunidad para que Rommel demuestre sus verdaderas dotes de mando y brillantez táctica, lo cual únicamente se evidencia luchando en condiciones de inferioridad con el enemigo, al contrario de lo ocurrido anteriormente en la campaña de Francia. Transcurridos unos meses de relativa tranquilidad asentado en la campiña gala, Rommel es llamado para tomar el mando del Afrika Korps en febrero de 1941. Nada más recibir la llamada, toma un vuelo que lo acerque lo antes posible a las arenas del desierto libio y, de este modo, poder iniciar con la mayor premura los preparativos de su nueva misión, así como el reconocimiento del nuevo escenario de guerra en el que pondrá a prueba su audacia y su habilidad como estratega. 

«La guerra relámpago es el arte de concentrar tu potencial en un punto, forzando la ruptura, penetrando por ella y asegurando los flancos para proseguir el avance a velocidad vertiginosa hasta la retaguardia del enemigo antes de que éste hubiera tenido tiempo para reaccionar.» E. Rommel


La principal condición que Alemania exige a cambio de su apoyo es que la línea de defensa sea establecida en Sirte, para así poder disponer del apoyo de la Luftwaffe. “Ante la duda, ataca” es la máxima que rige, y regirá, las decisiones del Zorro del Desierto. Al poco de aterrizar, Rommel, desobedeciendo y causando el estupor entre el Alto Mando italiano y alemán, pasa rápidamente a la ofensiva aun sin haber desembarcado todavía gran parte del contingente que conformará el Afrika Korps. Su idea es buscar el factor sorpresa ante un Wavel desprevenido y sobreconfiado por sus fáciles victorias frente a Graziani. Asombrosamente, Hitler no duda en aplaudir la osadía de su general y, como aliciente, la acción resulta un clamoroso éxito. Sus hábiles artimañas y audaces faroles, tales como la construcción de tanques de madera y el levantamiento de densas nubes de polvo con el fin de ocultar su limitado potencial en aquel momento crean el desconcierto entre los británicos. El VIII ejército de Wavell, desperdigado y demasiado lejos de sus bases, no puede estirar más su ofensiva y se ve obligado a replegarse ante el repentino empuje de Rommel. Aunque con cierto tiento, la efusiva soberbia de Mussolini no puede ocultar su alivio con la llegada del general teutón a Libia; su sueño imperialista podría finalmente ser una realidad, aunque sea a costa de aceptar la traicionera ayuda de los alemanes. El-Agheila, Agedabia, Bengasi, Mechili, Derna,… van cayendo sucesivamente en manos del Afrika Korps cual piezas de dominó, para así acabar completando la reconquista de Cirenaica, todo ello a pesar de los encontronazos esporádicos con la perfidia característica de las tormentas de arena.



El primer, aunque relativo, revés de la campaña se produce con el intento fallido de la toma de Tobruk en abril, quedándose a las puertas de penetrar en la fortaleza libanesa. Las escasas fuerzas de las que dispone en ese momento no resultan de ningún modo suficientes para alcanzar dicho objetivo, por lo que Rommel decide posponer el asalto a la plaza británica e intentar continuar su avance hacia la frontera egipcia. Por otro lado, las quebrantadas tropas italianas suponen para el Zorro del Desierto más un estorbo que un apoyo de valor real. El Duce ha creado y enviado a luchar contra los ingleses a una turba de indisciplinados, mal adiestrados y pésimamente equipados soldados, los cuales no dudan en rendirse al enemigo al escuchar el primer silbido de un disparo inglés. A la vista de las circunstancias, es obvio que las dificultades que entrañan las condiciones naturales por un lado y la disposición completamente ineficaz de una parte de sus fuerzas por otro, hacen que no resulte nada fácil para Rommel dirigir la ofensiva contra un enemigo previamente disciplinado y curtido en la guerra en el desierto.

En el plano estratégico, Rommel es informado con carácter de urgencia de que el Führer y su Plana Mayor se han decidido a invadir Yugoslavia, Grecia y, seguidamente, Creta. Esta decisión radicalmente contraria al general teutón, ante el cual tratará infructuosamente de explicar, con la elocuencia que le caracteriza, que es un error que traerá serias consecuencias. En primer lugar, acertadamente opina que las fuerzas utilizadas en la operación Marita y Mercurio habrían sido mejor empleadas bajo su mando en África, con el fin de llevar a cabo una poderosa ofensiva que expulsara a los británicos de Egipto, del Canal de Suez, de Oriente Medio y, en consecuencia, de todo el Mediterráneo; el avispero balcánico[2] no habría tenido más salida que la deposición inmediata de la lucha armada dado el aislamiento al que se habría visto abocado. En segundo lugar, además de estar peor defendida, habría sido de mucha mayor utilidad para los intereses de Alemania la toma de Malta, en lugar de Creta. Esta última mala decisión se mostraría fatídica para la campaña de Rommel en el futuro, pues el acoso permanente de los británicos a los buques de suministro italogermanos dejarían a Rommel abandonado en el desierto a su suerte, sin gasolina y con munición y demás pertrechos sometidos a un duro racionamiento, mientras los británicos, con la ayuda añadida de los americanos, dispondrían de inagotables reservas de suministros, hombres y armamento. No obstante, todos sus intentos en pos de la reconsideración de prioridades son desoídos por la inflexibilidad de la OKW.

«El riesgo mortal constituye un antídoto eficaz contra las ideas preconcebidas.» E. Rommel


Con la entrada en acción del sofocante verano libio, los británicos, suficientemente reforzados y aprovisionados, se abalanzan sobre el frente de Sollum en el paso de Halfaya en una dura ofensiva con el objetivo de liberar a Tobruk de su cerco. No obstante los aguerridos Panzer alemanes, decantándose por una brillante defensa móvil, logran detener la embestida y causar graves pérdidas al enemigo, manteniendo la línea de frente intacta y desvelando la incapacidad inglesa para soportar el peso de la iniciativa. Esta derrota cuesta el mando a Wavel, que se vería relevado por Claude Auchinleck. Sin tiempo para su familiarización con el desierto, Churchill exhorta a éste a que inicie una nueva ofensiva que libere la plaza de Tobruk y expulse a los italogermanos de Cirenaica, a lo que el precavido general se opone al menos hasta noviembre, dadas las serias pérdidas sufridas. Mientras, en el bando opuesto, las desacertadas decisiones estratégicas de las altas esferas del ejército germano comienzan a deparar malas noticias a Rommel, a quien no le queda otro recurso que la resignación al comprobar cómo sólo un tercio de su aprovisionamiento alcanza puerto. El Zorro del Desierto sabe que desde que la invasión de Rusia empezara, su frente ha pasado a un segundo plano, al que el Alto Mando presta la atención justa y necesaria, mientras que para los británicos el norte de África supone su principal teatro de operaciones, sobre el que descargan toda su inquietud y pensamientos. Transcurridos los meses de verano en una relativa calma, los británicos vuelven a la carga definitivamente a mediados de otoño, ofensiva bautizada como “Operación Crusader”. Inicialmente, los británicos chocan de nuevo contra el muro germano, y Rommel, fiel a su estilo, contraataca con el fin de destruir las líneas de abastecimiento enemigas, dejando su retaguardia semidesguarnecida. Esta decisión ha dado lugar a largas discusiones una vez finalizada la contienda sobre si fue acertada o en realidad puso en peligro la supervivencia del Afrika Korps. Lo único cierto es que el osado intento no consiguió sus objetivos, obligando al repliegue alemán hacia Tobruk y sólo consiguiendo mermar aún más las débiles fuerzas germanas. Finalmente, con la Luftwaffe haciendo acto de ausencia, las inferiores y exhaustas tropas de Rommel se ven incapaces de repeler la nueva contraofensiva británica, viéndose obligadas a retroceder hasta Tripolitania (Marsa el-Brega).

«Demasiado trabajo de pala es mejor que demasiado poco. El sudor ahorra sangre, la sangre ahorra vidas, y el cerebro ahorra ambas cosas.» E. Rommel 


Durante medio año la campaña se ha convertido en un tira y afloja en un escenario que presenta inherentes dificultades logísticas y serios inconvenientes tácticos, impidiendo que ni alemanes ni británicos puedan dar un golpe de efecto que decante la victoria hacia uno de los dos contendientes. Si bien, es el Afrika Korps quien luchará de inicio a fin en inferioridad y con un mayor número de adversidades de todo tipo: “la fortuna sonríe a los audaces”, proclamó la impetuosidad de Alejandro siglos atrás en Gaugamela. De ahí radican los elogios al Zorro del desierto, las duras críticas a los sucesivos comandantes en jefe anglosajones y la desesperación del Premier británico. La angustia y exasperación de Churchill aún no habían alcanzado su punto álgido. Haciendo caso omiso a las recomendaciones de los italianos y ante la inacción de sus compatriotas, ocupados en otros menesteres, Rommel actúa sin ningún control, volviendo a tomar la iniciativa a finales de enero. En esta ocasión, su voluntad indoblegable lo conducirá hasta El Alamein, en cuyo interior se encuentra la llave de Egipto y, por consiguiente, la victoria definitiva sobre el VIII ejército. Pero antes, no está dispuesto a que Tobruk rehúse someterse por segunda vez, pues la ciudad fortaleza dispone de un puerto de primera categoría, indispensable para dar continuidad a la ofensiva hacia Egipto. Las cruentas y denodadas batallas de mayo y junio frente a la línea Gazala-Bir Hakeim ante un enemigo superior finalizan con la ansiada toma de Tobruk y la captura de ingentes cantidades de prisioneros y material de guerra de todo tipo. Las fuerzas británicas están deshechas y huyen despavoridas hacia la frontera. En Londres, el Parlamento, intimidado por el acoso del renombrado general, lleva a cabo una moción de censura contra el Primer Ministro, de la cual saldrá airoso milagrosamente. Desde entonces, Churchill pondrá toda su energía y hará esfuerzos desesperados por eliminar la amenaza que el Zorro del desierto supone para el Imperio Británico. Debido a esta gran victoria, Hitler asciende a mariscal del campo personalmente al hasta entonces general, y no escatima en elogios hacia su persona. Informado de su ascenso, éste comentará entre su Estado Mayor: “Hubiera preferido la concesión de otra división”. 

«Caballeros, han luchado como leones y han sido dirigidos como mulas.» E. Rommel dirigiéndose a la guarnición británica de Tobruk, una vez rendida y hecha prisionera.


Mientras Churchill elucubra en pos de detener su avance hacia Alejandría, Rommel plasma en su diario personal lo acontecido en el día, en espera de redactar también la carta que diariamente dirigía a su esposa, Lucie. Se acaba de cumplir año y medio desde que el popular mariscal de campo pusiera su pie en África. Su rostro nada tiene que ver con el que presentaba a su llegada, un palpable desgaste en él a causa de las inclemencias del desierto es más que evidente, y el cansancio acumulado lo llevará incluso a padecer esporádicos problemas de salud por los cuales tendrá que ser trasladado eventualmente a Alemania. Pero no es momento para que motivos de salud entorpezcan la inminente batalla. Es ahora o nunca. Dilatar aún más el tiempo de espera significaría la sentencia a una derrota previa al estallido del atronador fuego artillero. Siendo así, el duro golpe asestado al VIII Ejército debe ser aprovechado. La movilidad, la presteza de movimientos y el factor sorpresa son los factores clave de la Blitzkrieg, expuestos en el teatro africano en su máxima lucidez a pesar de las reveladas dificultades en el suministro. Por tanto, no conviene detenerse ahora, sino llevar a cabo una intrépida e incansable persecución de las mermadas fuerzas inglesas a través de Egipto, impidiendo su reorganización y refuerzo. Auchinleck forma una nueva línea de frente en el cuello de botella de El Alamein, convirtiéndolo rápidamente en una auténtica ratonera difícilmente penetrable. Resulta desolador el abandono al que ha quedado relegado el cuerpo expedicionario alemán, pudiendo a duras penas mantener el empuje gracias al material de guerra y pertrechos de todo tipo apresados a los británicos. El 85 % de los vehículos de los que dispone durante la marcha de aproximación hacia El Alamein son de origen inglés, dato estadístico suficiente por sí solo para percibir la precaria situación del Afrika Korps. Sólo el espíritu combativo y la voluntad de triunfar tras año y medio de extenuante lucha mantienen a éste en continuo avance bajo el abrasador sol estival egipcio. Rommel intentará asaltar la posición en los días siguientes, dándose de bruces contra un enemigo fuertemente atrincherado. La carencia de munición y de gasolina convertirá la misión en imposible esta vez. El frente se estanca irremediablemente y los británicos tratan de contraatacar, siendo repelidos valerosamente por el débil contingente italogermánico. La incapacidad operativa para tomar la iniciativa de ambos contendientes obliga a permitirse un respiro forzoso durante agosto, poniendo fin a la primera batalla del Alamein en tablas. Es hora de reorganizarse y acumular refuerzos y suministros mientras el punto muerto alcanzado lo permita, ante lo cual el tiempo juega en contra del Zorro del Desierto.

El carismático Premier, acompañado de su representativo compañero de fatigas, aterriza en El Alamein durante la tregua de agosto con el fin de levantar la alicaída moral de sus hombres y, al mismo tiempo, recuperar la cuestionada confianza en su capacidad para dirigir la guerra, entre los vítores de soldados y opinión pública. De su boca reseca comienzan a brotar unas efusivas y emocionales palabras concienzudamente memorizadas para un momento crítico como el presente…:

«De nuevo en la brecha, amigos míos, una vez más, o tapen la muralla con nuestros muertos ingleses. En la paz nada conviene más a un hombre que la serena modestia y la humildad, pero si el estallido de la guerra suena en los oídos, entonces hay que imitar la conducta del tigre. Tensen los músculos, conjuren a la sangre, disfracen el buen carácter con la furia de rasgos crueles, y luego den a los ojos un aspecto terrible: que espíen por las troneras del cráneo como el cañón de bronce, y que el ceño los abrume, terrible como la roca astillada cuelga y se proyecta sobre su base sacudida socavada por el océano salvaje y devastador. Ahora aprieten los dientes y abran las ventanas de la nariz, contengan fuerte el aliento y concentren el espíritu a su máxima altura. ¡Adelante, adelante nobles ingleses, que tenéis en vuestras venas la sangre de los padres probados en la guerra, de padres que, parecidos a otros tantos Alejandros, combatieron en estas regiones desde la mañana hasta la noche, y no envainaron sus espadas hasta que les faltó tema de lucha! ¡No deshonréis a vuestras madres, atestiguad que los que llamáis padres son los que os han engendrado! ¡Servid hoy de modelos a los hombres de sangre menos noble, y enseñadles cómo hay que batirse! ¡Y vosotros, bravos “yeomen”, cuyos miembros fueron fabricados en Inglaterra, mostradnos aquí el vigor de las comarcas que os crían; forzadnos a jurar que sois dignos de vuestra raza, lo que no dudo, porque no hay uno solo de vosotros, por vil y bajo que sea, cuyos ojos no brillen con una noble llama! Os veo en la actitud de lebreles de traílla, estremecidos de cólera en el instante de ser desatados. ¡Se ha levantado la veda! »[3]

De regreso a Londres tras la fugaz y fructífera visita al frente, Churchill, con la mayor premura humanamente posible, da continuidad a la planificación de la defensa de Egipto. Como decisión más notoria, el Premier decreta, sin lugar a titubeos, el relevo de Auchinleck ante las dudas relativas a su capacidad de mando en favor del hombre impasible, Bernard Montgomery: un oficial de la vieja escuela, de carácter afable y figura endeble, meticuloso y de una prudencia congénita, jamás se arriesgará a dar un paso en falso; el general ideal para luchar en superioridad numérica, técnica y de contingencia. Si bien su minuciosidad planificadora impedirá a su adversario dar un paso más en Egipto, su pasividad ofensiva permitirá asimismo un repliegue combativo de Rommel durante los meses ulteriores.

El tablero está dispuesto sobre la arena: Alea iacta est. Durante los últimos días de agosto, Rommel, ante la necedad que supondría postergar por más tiempo la ofensiva, se decide a abalanzar sus divisiones sobre las escrupulosamente erigidas defensas británicas. Desde los primeros momentos de lucha, los partes emitidos por sus oficiales corroboran la imposibilidad de abrir brecha entre las líneas inglesas. Un número incontable de minas, alambradas y de los más variopintos tipos de fortificaciones defensivas ralentizan la incursión de los Panzer en el flanco meridional, eliminando el esencial factor sorpresa. Por su parte, la RAF, una vez vislumbrado el punto de ruptura elegido por los alemanes, entra rápidamente en acción, arrasando todo vehículo que exhiba el distintivo alemán. Para acrecentar su desventura, el prometido abastecimiento de combustible y munición sigue sin dar señales de su llegada, haciendo la situación más acuciante aún. El quebradero de cabeza que supone el abastecimiento a largas distancias y la incapacidad inherente al terreno para realizar una maniobra envolvente llevan a Rommel a detener la acometida con el fin de evitar una sangría inútil. Dada la imposibilidad de llevar a cabo rápidos movimientos, la batalla terminaría por inducir a una guerra de posiciones, de desgaste, ante la cual la victoria pertenece al contendiente con más medios a su disposición y mayor capacidad para reponer pérdidas. Desgraciadamente, la esperanza de arrojar a los anglosajones al Canal de Suez se ha evaporado por razones exclusivamente ajenas al mariscal de campo. Sólo queda intentar detener el implacable rodillo inglés, el cual previsiblemente contraatacará cuando la extremosa cautela de Montgomery lo considere oportuno. Esta ofensiva final que decantará la campaña del desierto y supondrá el principio del fin para el III Reich, dará comienzo el 23 de octubre, una vez desembarcados los convoyes con refuerzos que han navegado durante interminables semanas rodeando el Cabo de Buena Esperanza. Día y noche, los incesantes bombardeos de la RAF, el poderoso fuego artillero y centenares de modernos tanques americanos destrozan el cordón defensivo italogermano, su retaguardia y su abastecimiento. Un hombre, con la sola ayuda de su energía y de su voluntad, no es rival para la fiereza de un león salvaje. Nada se puede hacer en semejantes condiciones, la guerra en África está perdida inexorablemente. A la vista de las circunstancias, Rommel pide permiso para replegarse aprovechando la falta de arrojo de Montgomery y Alexander, pero desde Berlín se exige la victoria o la muerte. El enojo del mariscal resulta evidente ante la irresponsabilidad y el desconocimiento de lo que está ocurriendo en Egipto por parte del Alto Mando: Weit vom schuss gibt alte krieger[4]. A pesar de las consecuencias que pudiera conllevar el desobedecer órdenes directas, éste ordena la retirada general a primeros de noviembre. Intentar contener la infalibilidad inglesa por más tiempo sólo conduciría a la completa destrucción del Afrika Korps. Hitler, desconocedor de los movimientos del mariscal, permitirá el repliegue un día después de iniciarse el mismo. Acababa de acaecer, con aparente despreocupación desde la óptica de Rastenburg, la primera gran derrota del Eje. 

«¡Rommel, maldito bastardo, he leído tu libro!» General G. S. Patton a su llegada a África, y en referencia al exitoso libro sobre táctica militar que Rommel escribió sobre sus andanzas en la Gran Guerra: Infanterie greift an (La infantería ataca)


Desde el fin de la segunda batalla de El-Alamein, a primeros de noviembre, las menguadas y agotadas tropas del Afrika Korps se ven obligadas a recorrer miles de Kilómetros durante meses en retirada combativa bordeando la costa. Tristemente, la carestía de carburante y de material de guerra en general continúa siendo la tónica reinante durante estos últimos meses de lucha, mientras el exasperado Duce exhorta repetidamente a Rommel a que no dé un paso más atrás ante las posibles consecuencias a nivel político que acarreará hacerlo. Pero nada se puede hacer, todo está ya perdido. La fortuna de las divisiones expedicionarias italogermanas queda sentenciada con el desembarco en Marruecos de las primeras fuerzas americanas en lo que se conocerá como Operación Antorcha. No obstante, Rommel aún tiene tiempo de dar una soberana lección a las frescas y modernas pero bisoñas tropas al mando de un temporalmente ausente Patton en el Paso de Kasserine. Terminado el bautismo de sangre de los americanos, Rommel, agotado y enfermo, es conminado a abandonar Túnez y a regresar a Alemania, poniendo punto y final a su aventura africana. Los restos del Afrika Korps son aniquilados en las semanas siguientes, atrapadas entre la firmeza de Montgomery -al este- y el ímpetu de Patton -al oeste-. Todo un ejército depone las armas como consecuencia de la absurda obcecación del Führer en mantener la cabeza de puente en el guindal africano; ya se había perdido otro en el Volga, en este caso, por la soberbia derivada en incompetencia del Reichmarshall Goering. 

«Antes de El Alamein nunca tuvimos una victoria. Después de El Alamein nunca tuvimos una derrota.» W. Churchill


Las desavenencias en el interior de Wolfsschanze[5] fueron cada vez más agudas desde que Hitler tomara el mando directo del curso de la guerra en relevo de su brillante Alto Mando. De hecho, sus generales no pudieron hacer otra cosa que contemplar absortos e impotentes los garrafales errores estratégicos cometidos por el Führer en la campaña del este. Hitler, con su arrogancia habitual, lo justificó con una frase claramente injustificada: “Mis generales no entienden nada de economía de guerra”. Tras estancarse en los arrabales de Moscú, Hitler optó -Tercer error capital- por retirar el grueso del ejército del centro, en favor del frente norte –Leningrado- y sur -Ucrania y el Cáucaso-. Aunque en un principio pareció tratarse de una  decisión acertada, ya que llevó a cabo un avance fulgurante en las llanuras del sur, el tiempo finalmente acabó por negarle la razón.

«En esta guerra los ingleses ponen el tiempo, los americanos el dinero y nosotros la sangre (...) Una muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística.» I. Stalin 


Septiembre, 1942: Se inicia el asedio a Stalingrado, da comienzo la Rattenkrieg[6]. Stalin no dejará caer la ciudad que lleva su nombre, al igual que tampoco ha permitido la caída de la que lleva el nombre del camarada fundador, aunque lo esté logrando a costa de que sus habitantes estén recurriendo al canibalismo. Su táctica de defensa: grabar a fuego en el pecho de sus hombres la consigna de que en el ejército rojo se requiere más coraje para retroceder que para avanzar. El invierno está próximo, a pesar de lo cual la rendición de la ciudad parece cuestión de poco tiempo. Si bien, de repente y para sorpresa del mundo entero, el comandante Zhúkov lanza la contraofensiva que meticulosamente llevaba planificando durante largo tiempo con el fin de aliviar la presión sobre la ciudad y tratar de envolver al VI ejército alemán en el interior de las ruinas de la ciudad del Volga. El ejército soviético, recién refrescado con tropas siberianas, ataca los flancos de la retaguardia alemana, compuesta por las divisiones italianas y rumanas -mal adiestradas y carentes de equipo y motivación-, provocando el desconcierto y el caos entre éstas y completando rápidamente el cerco sobre el VI ejército. Todos los desesperados intentos por romper el cerco son en vano. Hitler, una vez repuesto del susto y ajeno a la gravedad de la situación, asciende a mariscal a Von Paulus con la consigna de que ninguno de sus mariscales se había rendido jamás. Pero nada se puede hacer. Finalmente Von Paulus, con el rostro desencajado y mano temblorosa, se ve abocado a romper ese mito de invencibilidad con la firma de la capitulación del VI ejército en presencia del general invierno, sabiendo que, aunque Stalin se muestre magnánimo y lo libere del cautiverio, jamás podrá regresar a Alemania ante la vergüenza sufrida a ojos de la propaganda goebbeliana. Más de dos millones de vidas quedan enterradas para siempre bajo la nieve a orillas del Volga. Verdún o El Somme fueron ligeras refriegas en analogía con el matadero soviético. La guerra cambia definitivamente de signo.


La derrota en El-Alamein supuso que por primera vez, tras tres años de guerra y obviando el intento desesperado de Kursk por revertir la acuciante situación, además de la pequeña contraofensiva de finales de 1944 contra los americanos en las Ardenas, que el Eje perdía la iniciativa. No la recuperaría jamás. El suicida choque frontal contra las predefinidas líneas de defensa soviéticas en Kursk sólo precipitó el posterior avance de éstos y la pérdida de unas valiosas fuerzas que más útiles habrían sido en la contención del frente: Hitler había perdido definitivamente el control sobre la guerra, y su creciente locura degenerativa iba en aumento. Alemania se vería obligada a luchar a la defensiva en todos los frentes, más aún si cabe después de la rendición y cambio de bando de Italia. Un tipo de lucha para el que la Wehrmacht y la diezmada Luftwaffe no estaban preparadas, pues fueron diseñadas para operar llevando la iniciativa. Además, el número de frentes y su extensión eran demasiado amplios como para plantear una defensa tenaz en ninguno de ellos, y Hitler, desoyendo una vez más el consejo de sus inteligentes generales, se negó en rotundo a retrasar las líneas de frente, absorto en sus ilusiones quiméricas de victorias que nadie veía salvo él. Su fe en un milagro de la Providencia era tan grande, que cuando su personal cercano le comunicó el fallecimiento de Roosevelt creyó inequívocamente que se trataba del fenómeno que cambiaría el ya sentenciado curso de la guerra. Aunque Rommel ya deja entrever en sus memorias que, en una reunión a solas tras el desastre de Túnez, el Führer le confesó que ya no albergaba esperanzas de obtener la victoria: “Hitler es demasiado emocional, hasta el punto de que éstas emociones nublan su buen juicio. Por tanto, jamás aceptará la derrota, y se llevará a Alemania consigo antes que claudicar. El pueblo alemán se ha batido extraordinariamente en todos los frentes, pero ¡no podemos enfrentarnos al mundo entero! ” Por añadidura, las supuestas armas milagrosas que, aparte de ser erróneamente empleadas contra Londres a modo de represalia desesperada en vez de en el frente, pocos frutos reales podrían haber dado; principalmente los misiles de largo alcance V-2. La guerra estaba abocada a una hecatombe de dimensiones bíblicas para Alemania, pues era ya de facto una obstinada carrera entre orientales y occidentales en busca de un mayor trozo de pastel. Los últimos meses se estaban convirtiendo en un agónico e innecesario derramamiento de sangre, mientras Roosevelt, Churchill y Stalin se repartían Alemania en Yalta y se disponían para el descuelgue del Telón de Acero. El III Reich entonaría Deuchland uber allez por última vez el 8 de mayo de 1945. 

Si bien, prediciendo la agonía y desenlace final de la guerra, Rommel fue partidario de abrir negociaciones con ingleses y americanos, la implicación de éste en la Operación Valkiria es aún un hecho ampliamente discutido entre los historiadores, nunca esclarecido del todo. Lo único verificado es que Strolin -alcalde de Stuttgart y amigo personal del mariscal- y Speidel -jefe de su Estado Mayor- estaban metidos hasta el cuello, y ese fue motivo suficiente para que Hitler exigiera su cabeza por alta traición. Se le ofrecieron dos opciones: o se sometía al juicio de un tribunal popular, cuya sentencia a muerte estaría dictada de antemano, o bien, el suicidio honroso. La primera comprometía peligro para su familia y sus subordinados directos; la segunda, evitaría este riesgo y, además, le permitiría conservar oficialmente el honor a ojos del III Reich. Tomar una u otra alternativa no le llevó mucho tiempo. El 14 de octubre de 1944, una cápsula de cianuro acabaría con su vida, ennobleciendo, más aún si cabe, su leyenda.

Erwin Rommel, el mariscal que vive en un tanque; el general que suda, sangra y sufre la condición de la guerra junto a sus hombres; el comandante que se expone al fuego enemigo con el objeto de observar y de dirigir la batalla desde primera línea, y no se atiene a analizar mapas desde su alejada e impersonal madriguera. Suyos fueron el respeto y los elogios tanto del ejército aliado -sobre todo por parte del británico- como de la propia Wehrmacht. Ningún otro general alemán participante en la contienda alcanzó semejante hazaña. A pesar de ello, su excesiva impetuosidad e independencia le granjearon ciertos recelos entre la casta castrense prusiana, pero el Führer estaba encantado, para él este tipo de cualidades demostraban iniciativa, carácter y astucia. El apoyo que le brindó a Hitler hasta que éste comenzara a perder la cordura es perfectamente comprensible, en sus propias palabras: “Por fin los soldados vuelven a servir para algo”; además, es de reseñar que nunca simpatizó realmente con el nacionalsocialismo en muchos de sus principios; salvo en el aspecto belicista, obviamente. Tampoco estuvo, cuanto menos hasta los últimos meses de guerra, al corriente de la existencia de los campos de concentración. Su desgraciada muerte poco tuvo que ver con lo expresado en su glorioso funeral, en el cual sus verdugos los cubrieron de unos honores hartamente merecidos. ¿Qué se escondía tras la mirada viva y enigmática de este general? Algo inimaginable durante el cruento enfrentamiento ideológico e inhumano en el que se hallaba envuelto: la guerra sin odio. El fascismo declaró, como Goebbels encolerizado gritó desde la tribuna del Palacio de Deportes de Berlín ante los enajenados oyentes, la guerra total a las democracias liberales y al comunismo. No había espacio para el cumplimiento de los convenios de Ginebra (especialmente en el frente este), normas elementales que Rommel procuró acatar y educar a sus subordinados en su respeto. En las batallas disputadas entre Rommel y sus adversarios se cultivaban conceptos nobles como el mutuo respeto, el caballerismo, el honor o la búsqueda de la gloria en el campo de batalla, dejando de lado el odio ciego y la inhumanidad que difundían las naciones beligerantes. Quizá ahí radique el origen y la forja de su leyenda, sin necesidad de hacer mención a su incuestionable genio militar. Alejandro Magno, Julio César, Rodrigo Díaz de Vivar, Napoleón Bonaparte, Giuseppe Garibaldi,… y Erwin Rommel. 

«Servid de ejemplo a vuestros hombres, tanto en el terreno militar como en la vida privada. No ahorréis sacrificios y haced comprender a las tropas que sois infatigables y no os amilanáis ante las privaciones. Mostrad siempre un tacto y una educación extraordinarios, y enseñad lo mismo a vuestros hombres. Evitad la excesiva dureza o una voz demasiado imperiosa, signos ambos de que se tiene alguna cosa que ocultar.» E. Rommel


Epílogo

«Es tonto llorar a aquellos que han caído en la guerra; más bien tendríamos que agradecer el que esos hombres hayan vivido.» G. S. Patton

Patton opinaba, Rommel comulgaría y yo no me atreveré a negar: "La vida de civil resultará increíblemente aburrida. Sin multitudes que te reciban pletóricas de júbilo, sin flores, sin aviones privados. Estoy convencido de que el mejor final para un oficial es la última bala de una guerra. Mi muerte deseada sería la última bala de la última guerra”. Las sociedades liberales adormecen la voluntad existencial del individuo, sustituyendo la persecución de la adversidad y de las causas nobles que ofrece la guerra por el atiborramiento con bienes superfluos y por el asentamiento en conformidad con una vida rutinaria. Para una sociedad en la que reina la desidia, la inactividad vital, y que no promueve alegremente una nutritiva voluntad de acción de los individuos que la conforman ofreciéndoles la dádiva de un uniforme desastrado por salpicaduras de sangre enemiga, por una atmósfera viciada por el polvo que refulge cegadoramente en el campo de batalla y por su propio balneario de sudor, la vida será inevitablemente demasiado vacía y aburrida. No es sino el estado de guerra permanente en el corazón de los individuos lo que motiva el despertar del espíritu joven y su obligado acarreo por el sendero de lo inhóspito y de lo temerario, pues como dijo el mil veces citado Churchill: “Nada hay en el mundo más estimulante a que te disparen y no te acierten”. La guerra es el estado natural del hombre; la paz y la concordia son sólo un lapso de tiempo entre conflagraciones para el reposo y el disfrute de los atributos de éstas. Claro está, por supuesto, que siempre hay un motivo por el que luchar, aunque sea rebelarte contra tu olvidada o negada propia voluntad. Y esto es algo que ni Patton, ni Rommel, ni Churchill, ni yo mismo -con permiso-, podemos reprobar al fascismo de la primera mitad del S. XX. Ahora, con profundo pesar, miro a mi alrededor y sólo veo esclavos de su propia existencia. La única batalla que les resta es la lucha contra su propia ignorancia, indoblegable enemigo que habitualmente terminan por convertir en taimado aliado.

«La paz y la abundancia engendran cobardes; la necesidad fue siempre madre de la audacia.» William Shakespeare


El mundo actual, para bien o para mal, nos guste o no, es producto de Hitler. Sus acciones marcaron un punto de inflexión en el curso de la historia y rigen ahora los destinos de todos nosotros. Tal y como dijo el presidente Kennedy, tiempo antes de que los portaestandartes de la democracia y adalides de la libertad lo asesinaran a plena luz del día y a ojos del mundo entero: “Adolf Hitler tenía algo de lo que las leyendas están hechas”. Sin ánimo de enaltecimiento de su efigie, la diferencia fundamental entre éste y los grandes conquistadores e imperialistas del pasado, reciente o lejano, fue su exacerbado antisemitismo, llevado hasta las últimas consecuencias en un arrebato de locura genocida; la propaganda simplista y demonizadora de los vencedores hizo el resto.

Por último, me complacería rescatar del polvoriento baúl de lo sacrílego el discurso final de Joseph Goebbels, cuya lectura me parece obligada y motivo de introspección cuanto menos. No es posible cometer perjurio ante el tribunal de la historia, teniendo a los vencedores como acusación ofuscada y a la humanidad como testigo aprensivo, pues no hay lugar para la falsedad en las palabras de un hombre que es sabedor de la inminencia de su muerte, por mucho que el cinismo y la demagogia constituyeran parte indispensable de su oficio:

Berlín, 19 de abril de 1945,
(…) La Guerra se aproxima a su fin. La demencia que las potencias enemigas desataron sobre la Humanidad ya ha pasado su punto culminante en lo que a esta guerra se refiere. Lo único que dejará detrás de sí, y en todo el mundo, será solamente un indescriptible sentimiento de vergüenza y de asco. Y no puede ser de otro modo. La artificialmente construida y corrompidamente mantenida coalición entre plutocracia y bolcheviquismo terminará por romperse. En el ansia de destrucción sin sentido queda reflejada toda la furia del mando anglo-estadounidense. Es una de las más grotescas manifestaciones de la historia que la juventud anglo-estadounidense arriesgue su vida para llevar a cabo el deseo judío de destrucción. Los alemanes son los auténticos defensores de la civilización europea.
Alemania terminará dividida. Austria terminará librada a su propio destino. Los soviets extenderán su influencia hasta el Atlántico. Inglaterra tarde o temprano perderá la totalidad de su Imperio. Hasta Estados Unidos pronto pensará distinto sobre este estremecedor fenómeno mundial. Guerras raciales internas y una decadencia indetenible les hará perder su prestigio y poder mundial.
Suceda lo que suceda, Alemania renacerá en pocos años después de esta guerra. Y no será sólo por su propio esfuerzo. Alemania es tan imprescindible para Europa que hasta nuestros propios actuales enemigos tendrán que impulsar su reconstrucción. Nuestros campos y provincias destruidas serán repoblados en nuevas ciudades y pueblos...volveremos a ser amigos de todos los pueblos de buena voluntad que habitan la tierra y junto con ellos haremos cicatrizar las heridas que deforman el noble rostro de nuestro continente.
Toda Europa y el mundo participarán de los avances que le hemos dado a la ciencia. Pero la pregunta decisiva es si en este mundo más nuevo y brillante vivirán también personas más felices. Si nuestros enemigos imponen su voluntad, la humanidad naufragará en un mar de sangre y de lágrimas. Habrá guerras y más guerras que se sucederán prácticamente sin interrupción. Sin duda serán más reducidas y más aisladas geopolíticamente que ésta, porque ya nadie se atreverá tan irresponsablemente a provocar una hecatombe semejante a la actual. Pero si bien podrán ser guerras más reducidas serán tanto más deshonrosas. El honor en el campo de batalla será definitivamente sepultado por la fría y sistemática decisión de matar y destruir a cualquier precio.
Los hombres se matarán por poseer las cosas más superfluas y banales. Las plutocracias naufragarán en una desesperada carrera por dar cada vez más lujos a una humanidad corrompida por la molicie. Al final las plutocracias terminarán por no poder dar de comer a una población cada vez más numerosa. Habrá otra vez hambre de desocupados y vendrá otra vez el bolcheviquismo a ofrecer tentadoramente las mismas soluciones falsas que nos ofrecieron a nosotros durante ese monstruoso monumento al fracaso y a la ignominia que fuera la república de noviembre.
Y aquellos que querrán poner remedio a este estado de cosas no tendrán otra alternativa que volver la vista hacia lo que nosotros hicimos y hacia aquello por lo cual seguiremos peleando hasta el amargo final. Aquellos que quieran mejorar este mundo decadente y corrupto tendrán que comprender que plutocracia y bolcheviquismo no son los dos únicos caminos transitables para redimir a la humanidad de la miseria y del fracaso. Porque hay un tercer camino que es el nuestro, que es el único y el mejor, y que es aquel que Adolf Hitler nos señalara.
Vendrán hombres que aun sin mencionarnos, porque les estará prohibido o porque temerán hacerlo, intentarán transitar por este camino nuestro. Y serán combatidos y traicionados al igual que nosotros lo fuimos. Pero al final venceremos, porque lo bueno y verdadero siempre triunfa en este mundo. 



[1] La Segunda Guerra Mundial, W. Churchill
[2] Término acuñado por Otto Von Bismarck para referirse a los países balcánicos y con el que auguró acertadamente el estallido de la Primera Guerra Mundial: “Algún día la gran guerra europea estallará por alguna maldita estupidez en los Balcanes”.
[3] Enrique V, William Shakespeare
[4] Dicho militar alemán: Los viejos soldados se forman lejos del campo de batalla.
[5] “Guarida del lobo” en nuestra lengua. Cuartel general del Führer en Rastenburg -Prusia Oriental-
[6] Guerra de ratas

Bibliografía principal:

-Churchill, Winston. La Segunda Guerra Mundial.
-Rommel, Erwin. Memorias.
-Solar, David. La caída de los dioses.
-La aventura de la historia, Revista 

lunes, 1 de julio de 2013

El culto de lo profano

No es necesario disponer de buen tacto musical para tomar conciencia de que el panorama musical español deja mucho, demasiado, que desear, o, hablando en cristiano, no es más que un montón de pestilente estiércol amontonado durante años. El problema no es que carezca de hedor, sino que la juventud de hoy nació sin el preciado sentido del olfato. La lista es interminable, tan larga como una cola formada por sus fans: Melendi, El Canto del Loco, El Sueño de Morfeo, Pereza, Maldita Nerea,…¡Joder! Hasta mi gato ronronea escuchando Metallica; si alguien conoce juez más independiente que un gato para dictaminar juicio que no dude en hacérmelo saber. Por no hablar de todo el ruido insalubre que genera la música electrónica en los bares y discotecas, y de los ritmos simples y repetitivos importados de Latinoamérica. Parándome a recapacitar por unos segundos sobre cuál ha podido ser la causa de esta patente degeneración musical, llego a una conclusión que, recostado de madrugada sobre mi almohada, llevaba largo tiempo divagando: el mundo tiende inexorablemente hacia la simplicidad más absoluta y degradante. 
Oh Sancta Simplicitas! Cuán absurdo y esperpéntico se vuelve el mundo en el momento en que la simplicidad se adueña de las sociedades vanidosas, y cuán bárbaro se torna el discurso de aquéllos que estamos libres de ella. Durante un largo tiempo, una displicente curiosidad me instigaba en pos de averiguar el porqué de este imparable retroceso cultural, dado lo irracional que se mostraba en primera instancia. El mundo desarrollado, tal como lo conocemos, está diseñado para crear imbéciles-ignorantes, pues es necesario venderles mierda para que la economía de consumo funcione con la mayor eficiencia posible. Ocurre en todos los ámbitos, y en el musical no iba a ser menos. Revertir esta situación se antoja más difícil que toparse con un poeta irlandés adicto al más que resistible dulce néctar de la sobriedad, ¿verdad, Joyce? Se ha dicho siempre que comer sin tener hambre es de necesitados; beber sin tener sed, de alcohólicos; follar sin pagar, de pobres y escuchar música sin conocimientos, de idiotas. Tropezar dos veces con la misma piedra es el único axioma auténticamente humano. La cultura se asemeja a la economía en que para atrás se desploma con la velocidad de un felino de la estepa africana, mientras que para ponerla de nuevo en marcha es necesario retirar los escombros acumulados, trabajo arduo llevado a cabo con la parsimonia propia de un proceso judicial en democracia.
Una desconcertante idea moderna es el concepto de moda. Resulta inverosímil que se haya podido introducir este concepto en el mundo de la música. Música desechable, de usar y tirar, prediseñada, al igual que ocurre con la tecnología, con obsolescencia programada para que los pazguatos modernos se regocijen en su estupidez. Pero, claro, luego nos damos de bruces con la emisoras radiofónicas musicales, las cuales se han encargado de esparcir toda esta basura entre una juventud carente de educación musical y de multiplicar el daño hasta hacerlo incorregible. ¡Qué fácil es manejar al vulgo y qué sencillo es derivar su mentalidad básica hacia donde exija un mundo de simplicidad!
Qué dirán ahora los ídolos del pasado, qué pasará por sus cabezas habiendo sido espectadores en primera fila de la decadencia del sentir musical. Qué malévolos pensamientos atormentarán a Richard Ashcroft, a Mark Knopler o a Bob Dylan tras ver convertido el noble arte de la música en mera vulgaridad y mezquindad. Qué certeras e insultantes palabras nos dedicarían los ya fallecidos Jim Morrison, John Lennon o Janis Joplin de haber contemplado con ojos incrédulos cómo sus esfuerzos fueron en vano. Ellos sí que supieron plasmar la idea de Aldous Huxley de que “después del silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable es la música”. Estos genios revolucionaron la música durante la última media centuria porque se atrevieron a ser completamente originales, se arriesgaban con letras, con ritmos, con todo lo que se antojase merecedor de renovación e innovación. Se trataba de poner vida y alma en tu empeño; o morir en el intento o en la cima de tu esplendor, tal y como marca la tradición del rock and roll. Mientras, por otro lado, los pocos que nos llegaron a lanzar pequeños halos de esperanza terminaron por venderse al fraude en que se ha convertido el rock and roll. En palabras de Noel Gallagher: "Jack White acaba de hacer una canción para Coca-Cola. Fin de la historia. Deja de estar en el club. Se parece a El Zorro enganchado a los donuts. Se suponía que él iba a ser el estandarte de una manera de pensar alternativa. A mí no me la pega, están jodidamente equivocados. Particularmente Coca-Cola, es como hacer un puto concierto para McDonald's."

Nada me ha atormentado tanto durante mis agitados años de juventud como la idea de haber nacido en una época que parece caminar sonámbula por el sendero del conformismo y erigir sus monumentos de gloria únicamente a patentes mediocridades. Juventud y conformismo; agua y aceite en otros tiempos mejores, el pan de cada día en nuestros días. Y es que aunque te importe una mierda el rock and roll, El Lago de los Cisnes de Tchaicovsky o los blues de Ray Charles, lo realmente relevante es mostrarse siempre en estado de alerta ante la sociedad y esculpir una mentalidad de hombre de acción tal y como fue, por ejemplo, el caso de Johnny Rotten: “no me gusta el rock and roll, tan sólo quería cagarme en todo”.
Se trata de una crítica subversiva con el fin último de revitalizar el mundo de la música. La industria musical realiza pinchazos en el brazo de la juventud hasta encontrar la vena por la que introducirá el veneno, o el antibiótico –que es lo que yo quiero-, que desee el paciente necesitado de notas o acordes musicales. “La vida sin música sería un error”, dijo Nietzsche desde la soledad que voluntariamente buscan los espíritus libres; y es que nada más cercano a la realidad, la vida necesita de una banda sonora que anime y empuje la existencia en su aparente sinsentido. Claro que lo que se nos inyecta ahora, un sucedáneo barato para una sociedad que nada aprecia más que la mediocridad, se confunde de forma ininteligible con un pasado que siempre fue mejor. Aún quedamos jóvenes capaces de apreciar y discernir el grano de la paja; somos pocos, pero los suficientes. Al resto les dejamos viviendo en la felicidad inherente a la ignorancia, mientras nosotros, espíritus que nos elevamos entre la mediocridad, permanecemos ajenos en la nostalgia de lo auténtico. ¡Malditos ignorantes, habéis acabado con todo!

No es personal, es sólo cultura.